La Voluntad, Líder Biológico

11.03.2015 14:55

El Gran Principio que los Médicos Ignoran

 

Nota de la revista Mundo Desconocido en la apertura del artículo: MD se honra en poder ofrecer a sus lectores una colaboración de quien podríamos calificar de auténtico decano de las paraciencias. Si bien prácticamente desconocido en España, por no haber llegado aquí sus libros, es una de las autoridades más respetadas en América. Con todo merecimiento, ya que ha sabido entregar su vida con el mayor de los aciertos a la búsqueda constante de la Verdad

 

Elemento de Organización Biológica

 

    La voluntad es un gran factor como elemento de organización biológica. No solamente es un factor poderoso de organización, sino también de reorganización en el mundo biológico. Sin embargo, en nuestra civilización occidental al menos, poca o ninguna importancia se da a la voluntad como elemento de organización biológica, y en general los biólogos no logran explicarse satisfactoriamente numerosos procesos orgánicos, y muchísimos médicos no obtienen éxito  en sus curaciones, a causa de que ignoran o pasan por alto el papel extraordinario de los fenómenos volitivos. Acostumbrados a la falsa idea de asociar la voluntad con nuestras concepciones torcidas o deformadas del espíritu, escasa atención se le presta en las ciencias biológicas y particularmente en la Medicina, a pesar de que muchos de los éxitos que se atribuyen al médico no son sino triunfos del poder voluntario del organismo sobre sus órganos enfermos.

    Nuestros biólogos y médicos en general miran la voluntad como una cosa extraña del espíritu o del más allá, como si no fuera en realidad un elemento esencialísimo del organismo, por más que no se pueda pesar como los riñones o explorarse con un bisturí como el hígado. Naturalmente, es indudable que el desprecio con que se ha visto siempre a la voluntad en el campo de la Ciencia en los pueblos occidentales se debe no solamente al papel que aquella desempeña en las cosas llamadas del espíritu o relativas a la psicología, sino también a la dificultad propia del asunto, a lo controvertidas que están las doctrinas relacionadas con ella –principalmente el determinismo y el libre albedrío– y a los inconvenientes que hay que vencer para someterla a un riguroso método científico, o la observación y la experimentación;  pero también nace de la ignorancia en que se hallan los biólogos con respecto a todas aquellas cosas del organismo que no pueden medir, pesar o comparar con los sistemas ordinarios.  

    Casi no hay necesidad de definir la voluntad; todo el mundo sabe lo que ella significa; todos sentimos su impulso, a veces avasallador; todos la conocemos por experiencia propia; más en cuanto a definición, ésta depende en mucho de nuestras ideas filosóficas respecto al mecanismo de los fenómenos volitivos. Ante todo, ¿Qué es la Voluntad: Una causa o un resultado? Esto equivale a plantear formalmente el problema, y naturalmente no podemos abordarlo sino con arreglo a nuestras ideas filosóficas, aunque basadas, creo, en la observación y experimentación, es decir, sobre fundamentos científicos. La voluntad puede ser causa –no siempre lo es–; pero a menudo es un resultado, vale decir, un efecto, y con esto dejo entrever que enfoco el problema desde un punto de vista enteramente determinista. No pretendo persuadir de ello, ahora, a los que piensen de otro modo, ni hace falta tampoco para el propósito; más necesariamente recurro a estas ideas básicas a fin de dar una definición siquiera aceptable de la voluntad y precisar conceptos sobre la materia. No dudo, por otra parte, de que partiendo de un punto de vista opuesto –digamos el libre albedrío– pudiera llegarse a resultados análogos o idénticos a los míos. En esta cuestión, como en otras muchas que se vienen debatiendo desde los albores de la Filosofía, siempre con las mismas encontradas opiniones, el panorama cambia, pero los hechos continúan siendo los mismos, y son precisamente los hechos los que la Ciencia toma en cuenta. ¿Qué es la voluntad? La voluntad es un deseo. ¿Y qué es un deseo? Y así podemos seguir en una sucesión de preguntas hacia el infinito. Hay, pues, la necesidad de dar por suficientemente conocida o libres de toda discusión a algunas palabras para definir la voluntad. Diré así, de acuerdo con la filosofía determinista que la voluntad es la resultante de  ciertos acicates que obran sobre el organismo. Cuando dos o más de estos acicates o motivos pesan lo mismo en la balanza de la conciencia, no hay voluntad, no hay deseo, y cuando el equilibrio es inestable sobreviene inevitablemente el incómodo estado de indecisión o vacilación que todos hemos experimentado. Esto no quiere decir que necesariamente sean todos aportados por el exterior; dentro del organismo obran también, y muy a menudo, acaso los más poderosos factores volitivos, y de ahí la importancia de la voluntad como elemento de organización biológica: La ilusión de nuestra libertad no la experimentamos sino cuando la resultante de todos los factores volitivos que influyen en un momento dado nos hace sentir su predominio en el fondo de nuestra conciencia.

    Sucede así que el organismo determina en cierto modo, aunque no enteramente por sí solo “su” voluntad: Circunstancia tanto más notable cuanto que todos los factores exteriores que influyen en la volición están condicionados por él. De ahí la importancia suprema del organismo en la imposición de su voluntad, aun dentro de la filosofía determinista, y por lo tanto su papel extraordinario en los fenómenos biológicos.   

 

Hechos que Atestiguan

 

    Y, ahora que hemos revistado sucintamente nuestras ideas filosóficas sobre la voluntad y la manera como ella obra en el organismo, podemos pasar a los hechos que atestiguan su enorme poder, y los cuales pueden ser objeto de observación y experimentación científicas, saliéndose completamente del marco inseguro de la hipótesis y las teorías.

    Todo el mundo ha leído los relatos de los grandes viajeros sobre la India y otros países de Oriente o han oído hablar de ellos, habiéndole llamado de seguro poderosamente la atención, la actitud extraña que observan algunos hombres en aquellas comarcas para darse carácter de santidad. Es indudable que entre aquellos hombres la flor de santidad no es, sin embargo, común. La mayoría de ellos está constituida por especuladores, charlatanes y embaucadores de oficio. Pero hay en ellos ciertamente una cosa muy notable, y es el imperio extraordinariamente poderoso de la voluntad sobre el organismo.

    Entre esos seres excéntricos  se encuentran muchos que han permanecido y yacen aún estáticos en una sola postura, por lo general sentados de tal modo que los miembros de la locomoción se les han atrofiado. Otros, en actitudes inverosímiles, tienen los dedos tiesos y encorvados, y las uñas les han crecido a favor de su inmovilidad a tal extremo que les han traspasado las plantas de las manos; en otros más la quietud de estos extraviados es tal que los pájaros se permiten el lujo de construir nidos en sus cabelleras.

    La forma en que estos excéntricos, mendicantes en gran número, obligan a su organismo, mediante el imperio de su volición, a determinadas actitudes y funciones, varían hasta lo infinito, desde el fakir o pseudofakir  que reversa el funcionamiento de sus órganos, como aquel que, ofreciendo un repugnante espectáculo, ingiere los alimentos por el ano y los expele por la boca, hasta aquellos que los paralizan completamente, como el que detiene totalmente los latidos de su corazón, simulando una muerte aparente, reanudándolos a voluntad.   

    Podría presentar numerosos ejemplos adicionales por el estilo, revelando todo el imperio incuestionable de la voluntad sobre el organismo, pero tal exposición nos llevaría demasiado lejos.

    No puedo resistir, no obstante, aun a riesgo de que se me considere anticientífico, a la intención de exponer un ejemplo  más; la de las contadas personas que pueden caminar completamente descalzas por extenso brasero sin sufrir la menor lesión.

    En todos los casos debe entenderse que se distingue perfectamente entre los actos de prestidigitación, los trucos practicados sin más propósito que el de ganarse la vida o el de adquirir notoriedad, y los fenómenos de volición puestos de relieve en ciertas ocasiones y comprobados objetivamente mediante riguroso control por hombres de ciencia.

    El acto de pasar descalzo por un brasero ha sido controlado rigurosamente en diversas ocasiones por expertos en diversas ramas de la Ciencia, entre ellos médicos especialistas que han examinado cuidadosamente, adoptando toda clase de precauciones, los pies del experimentador antes y después de su paso por el brasero, sin encontrar nada anormal, aparte de un buen número de profesores y estudiantes universitarios que han presenciado y atestiguado el fenómeno.

    Ya sabemos que existe una explicación del hecho que se dice científica. En determinado momento –sostiénese – el brasero no quema y entonces cualquiera puede pasar impunemente por él. 

    Sin negar que haya trucos de prestidigitación en casos similares, no de la misma naturaleza y en los que hasta los menores detalles son controlados por peritos en investigaciones científicas y de mente muy alerta, sería muy difícil, si no imposible, señalar el momento preciso en que el brasero es inocuo para pasarlo. Además, el argumento cae por su propio peso desde que, en una ocasión al menos, muy bien controlada por hombres de ciencia, reporteros y estudiantes, tan pronto como el experimentador cruzó el brasero, uno de los presentes, queriendo aprovechar dicho supuesto momento, se lanzó osadamente a pasarlo también, sin más resultado que el de haber tenido que desistir inmediatamente del propósito presa de horribles quemaduras.

    Ahora bien, ¿de qué modo logra el experimentador acorazar sus células contra el fuego? Invariablemente los experimentadores explican el fenómeno por la fe, fe en que no serían quemados, lo cual no es sino una forma de expresar el ejercicio del poder voluntario sobre el organismo. La causa del fenómeno es idéntica al medio por el cual, en rarísimos casos, es cierto, una persona que ha cegado, ha logrado ver con la punta de los dedos tras algunas tentativas.

    En ambos casos, como en los demás que he enumerado, se trata del control de la voluntad sobre una parte determinada de la comunidad celular o sobre ésta considerada en total.

 

Reorganización Biológica

 

    Los médicos occidentales no subestiman del todo muchos fenómenos análogos, aunque menos aparatosos, especialmente los relacionados con un aspecto de la voluntad, la sugestión y la autosugestión. Conocido es el caso de la joven que fue a pedir unas píldoras para abortar al médico, y éste se las hizo de pan creyendo que serían inofensivas, provocando sin embargo el aborto, por haberlas ingerido la paciente en la creencia de que lo provocarían.

    Estos casos de predominio de la voluntad sobre el organismo, y mucho más que podrían exponerse, no pueden subestimarse. Demuestran que el organismo dispone de un instrumento no sólo de organización, sino también de reorganización biológica. Este recurso se ejerce por medio de la voluntad en virtud de la cual se verifica un poderoso control sobre el organismo. El hecho de que este medio de control esté muy descuidado en nuestra educación no prueba nada en su contra.

    Se dirá que los actos reflejos no están sometidos al dominio de la voluntad y que no obstante por medio de ellos se obtienen sorprendentes fenómenos de organización en los seres vivientes. Así, por ejemplo, la cantidad fija de sal en la sangre está admirablemente regulada en el organismo sin que para ello intervenga para nada la voluntad. Poco importa que ingiramos poca o mucha sal, la de la sangre permanece más o menos constante merced a un sistema regulador en que no sólo la voluntad no interviene en absoluto, sino que tampoco tenemos conciencia de ello.    

    La explicación de esta aparente disparidad es que todos los actos reflejos, en el organismo humano por lo menos, han sido primero fenómenos voluntarios, si no en él mismo al principio de la evolución de la especie, en los animales que le precedieron en la escala zoológica. A fuerza de repetirse por centurias, han pasado a ser involuntarios.

    Sucede lo mismo con la educación corriente, Empezamos por adquirir un hábito que es primero consciente y voluntario, como, por ejemplo el de escribir a pluma, hasta que el acto manual se hace completamente subconsciente mecánico, automático. En los dos casos, el paso de un acto consciente y voluntario a subconsciente o automático es siempre un gran proceso. La inteligencia y la voluntad se descargan de una labor pesada, entregándola al instinto o al automatismo, y quedan libres para dedicarse a nuevas importantes misiones. En este sentido el instinto representa un progreso indiscutible sobre la inteligencia y la voluntad.  

    Para comprender mejor los movimientos reflejos y en general todas las actividades que dependen del subconsciente, es menester formarse una idea cabal de la influencia de lo fisiológico sobre lo psicológico y de la mente sobre el organismo. Es conveniente significar la certeza de esta influencia. Se trata de hechos bien conocidos, por lo demás, en la ciencia contemporánea. Así, por ejemplo, estimase generalmente que los caracteres peculiares de la personalidad dependen considerablemente de las hormonas secretadas por las glándulas endocrinas. Un gran número de defectos y cualidades de todos nosotros dícese que depende de estas hormonas; la pereza, la actividad, la cobardía, el valor, la idiotez, la perspicacia y otras peculiaridades psicológicas que caracterizan nuestra personalidad considérase que dependen de esos productos fisiológicos. Al revés, las funciones fisiológicas dependen a su vez en muchas partes del estado psicológico del organismo, de sus sentimientos, de sus afecciones y en general de la manera como obran las percepciones y las ideas sobre la mente y del modo como ésta trabaja, de la actitud que asume y el sentido en que reacciona. Es así como las ideas a que se entrega el organismo influyen en él al extremo que no solamente pueden enfermarlo gravemente, sino que pueden causarle la muerte. Por otra parte, las emociones producen perturbaciones tan grandes aun en organismos completamente sanos, que pueden causarle la muerte súbitamente. Tal ha sucedido con infinidad de personas al recibir la noticia de haber fallecido un ser querido. Las emociones y los factores psicológicos en general producen así, en ocasiones desfavorables, profundos cambios en el organismo, modificando anatómicamente los órganos y transformando seriamente sus funciones. Conviene advertir también que el mecanismo en virtud del cual lo fisiológico obra sobre lo psicológico o los procesos mentales sobre el organismo nos es casi desconocido. Ciertamente que pueden señalarse sus trazas, notarse los cambios químicos producidos en los diversos órganos y el medio que los rodea; pero es imposible hasta ahora ir más allá en la explicación verdaderamente científica del fenómeno.

 

Explicación Razonable

 

    Con estos datos a la vista podemos ahora intentar una explicación razonable de lo que sucede en la influencia de la voluntad sobre el organismo y viceversa. Ya se habrá notado por las relaciones expuestas que al parecer los hombres de ciencia giran dentro de un círculo vicioso  al consignar los hechos de que lo fisiológico influye sobre lo psicológico y a su vez lo psíquico sobre lo orgánico. En general, estos fenómenos han sido hasta hoy estudiados con poco espíritu crítico y casi siempre bajo la influencia de precauciones en relación con la idea que cada investigador profesa con respecto al alma. Aquí deseo adelantar que no profeso ninguna idea con respecto al alma o al espíritu y que simplemente empleo las palabras psíquico, psicológico y otras semejantes por la necesidad en que estamos de expresar conceptos para los cuales no hay términos más adecuados. Pero coloco el alma fuera del campo de las investigaciones científicas por ahora, por considerar que no puede aún, con vista de los datos aportados, ser objeto de observación y experimentación en el grado que sería necesario para darle carta de nacionalidad en la Ciencia. Es, pues, una cuestión que está, hoy día al menos, algo alejada de la Ciencia. Más independientemente de esa preconcepción podemos ensayar la explicación racional de las relaciones entre lo fisiológico y lo psicológico desde un nuevo ángulo, pues hasta ahora no tengo conocimiento de que ningún especialista o expositor haya enfocado el problema desde el mismo punto de vista. Volvamos, al efecto, a los actos reflejos. Consideremos el caso de un movimiento reflejo en que la periferia del organismo recibe una excitación, la quemadura producida por un cigarrillo encendido que no habíamos visto, por ejemplo, que va invariablemente acompañada del retiro inmediato de la parte afectada.

    En tal caso veamos lo que ocurre. La excitación es transmitida a una neurona situada en la substancia y esa célula, entonces, transmite la orden inmediata del retiro de la parte excitada. ¿Qué ha sucedido en tal caso? ¿No ha sido un estado de conciencia, que ha producido enseguida una acción voluntaria, lo que ha ocurrido? Ciertamente que el estado de conciencia no ha tenido lugar en el cerebro, y por eso lo ignoramos como personalidad conaciente, pero ha ocurrido en la célula y es ella, la neurona, la que ha dado la orden de liberar la corriente nerviosa que ha determinado la acción. ¿Cómo lo sabemos? Por inferencia. No olvidemos que la mayoría de nuestros conocimientos reposan sobre la misma base. En realidad, no hay diferencia substancial  entre la manera como los actos de conciencia y voluntarios tienen su asiento en el cerebro y el modo como los reflejos ocurren en el organismo controlados por la acción consciente y volitiva de la individualidad celular. Es menester mirar cada célula como un verdadero organismo, no solamente desde el punto de vista fisiológico, sino también desde el psicológico, de modo que todos nuestros grandes atributos, especialmente los llamados anímicos, se encuentra en ella muy desarrollados. Cuando se trata de una célula especializada, como la neurona, estas características suben de punto, llegando a un alto grado de eficiencia y facilidad.

    El fenómeno no tiene nada de extraño enfocado desde ese punto de vista. Podemos comparar lo que sucede en el organismo en tales casos con lo que ocurre en una república cualquiera. Un acto consciente y voluntario de nuestra república –es decir, un acto de que tiene conciencia la nación entera y con asiento en su cerebro, esto es, en su Gabinete– es exactamente igual al que ocurre en el organismo cuando el órgano cerebral rige el fenómeno. Ahora, un acto no presente en la conciencia e involuntario –o sea un acto reflejo– en el organismo, verificado por una célula especializada y particularmente encargada de eso, es idéntico al efectuado por un funcionario público en el desempeño de sus funciones con independencia del Gobierno Central, aunque de acuerdo con él. Lo mismo que acontece en los animales. En realidad, hay tanta semejanza en estos fenómenos, mejor dicho, identidad, que es en buena lógica sumamente difícil diferenciarlos.

 

Conciencia Celular

 

    Lo que se dice referente a la conciencia y la voluntad con respecto a una sola célula, es igualmente aplicable a un grupo de células del organismo en multitud de casos. A nadie, familiarizado con los estudios modernos sobre la materia, deberá causar extrañeza que a una célula se le atribuye una especie de conciencia y voluntad. En general, todas las facultades psíquicas pueden encontrarse en la célula, y aun es posible que las del organismo considerado como un todo dependan de ella. Trazas de conciencia, sensibilidad, memoria  y otras actividades psíquicas han sido encontradas ya aun en la materia inorgánica. No es, pues, sorprendente que se encuentren igualmente en grado superior en la célula, tanto más razonablemente cuanto que no solamente es ella un verdadero organismo de gran espíritu de asociación, sino que también es de lo más compleja.

    La voluntad, pues, ejerce verdaderas funciones de organización y reorganización en el organismo, y se ejerce en él no solamente desde un punto central –el sistema cerebro-espinal–, sino también desde puntos más apartados cuya actualización escapa a la conciencia general del ser viviente, pero que está presente como estado consciente en la célula o el grupo particular de células que rige el fenómeno.   

    No se puede pasar por alto, en la exposición de este admirable mecanismo, el acierto con que procede la Naturaleza al mantener ciertas importantísimas funciones, como la respiración, la digestión y la circulación de la sangre, fuera del campo de la conciencia del organismo. Como los factores psicológicos, y especialmente las emociones, obran con tanta fuerza sobre el organismo, si tales funciones se conservaran dentro del radio de la conciencia, los resultados serían frecuentes y serios trastornos orgánicos. Manteniéndolas fuera de su campo, las violentas reacciones psicológicas influyen moderadamente en ellas y pueden llevarse a efecto sin perturbaciones de consideración: Una prueba más de lo que ya he apuntado: Que los procesos involuntarios del organismo constituyen un progreso en la evolución.

    Siendo así, pareciera que no debería tratarse de aumentar el dominio de la voluntad sobre todas las partes del organismo y sobre todas sus funciones. Pareciera, que al contrario, debería hacerse pasar todos los actos conscientes y voluntarios a la categoría de subconscientes y reflejos. La educación bien encauzada, sin embargo, ha de lograr mayor dominio de la voluntad sobre todos los órganos y todas las funciones del cuerpo, si quiere preparar el organismo con mejores medios de lucha. Al hacerlo así, como lo hacen algunos ascetas de la India y otros lugares de Oriente, solamente se adquirirá poder voluntario sobre ellos sin mover las cosas de su sitio, sin pasar permanentemente  lo subconsciente a lo consciente o al revés, sino en el grado y con la duración necesaria para que en momentos conflictivos la mente pueda hacerse obedecer de un órgano o alguna función en beneficio de todo el organismo. Así, si resultare útil en determinado momento paralizar los movimientos del corazón, podrá hacerse sí se tiene la educación necesaria como hemos visto que ya lo hacen algunas personas. De la misma manera podrá dictarse una orden a un órgano rebelde para que funcione correctamente, o a las células blancas de la sangre para que combatan con mayor eficacia a los microbios patógenos de una infección. El desiderátum es la obtención del mayor control de la voluntad sobre el organismo, mediante un adiestramiento adecuado, para emplearlo en caso necesario sin necesidad de invertir permanentemente el orden natural de las cosas.

 

Explicación a la Doble Personalidad

 

    Naturalmente, al constatar el papel importantísimo que desempeña la célula, individual o colectivamente, en estos fenómenos, no podemos menos que pensar si la personalidad con todos sus atributos será un rasgo de carácter celular. Cuando examinamos animálculos tan excesivamente pequeños como la cabeza de un alfiler o menos y que, sin embargo, dentro de su pequeñez, cuentan con aparatos de locomoción, mecanismo de reproducción y sentidos con sus órganos correspondientes, no tenemos por qué dudar  de que la célula constituya un verdadero mundo psíquico o mental. ¿Será entonces un grupo de células muy pequeño, encargado de las funciones  generales del organismo, el asiento de la personalidad? ¿No podría así explicarse satisfactoriamente el fenómeno de la personalidad dual y el de la multipersonalidad, suponiendo que el grupo de células director se divide, como cuando los miembros de una Junta de Gobierno se resuelven en facciones anárquicas y cada una de ellas domina en determinadas secciones de la comunidad infundiéndoles un carácter distinto? ¿Será entonces verdadera hasta cierto punto la concepción de Descartes de que los atributos más elevados de la personalidad  se alojan en un grupo pequeño de células, que para él era la glándula pineal y por más que emplease para exponer su tesis una idea ya bastante anticuada? ¿No será, al contrario, una sola célula la encargada de esta misión? En el germen, al menos, es así. Una célula –la que resulta de la fusión de la mitad del óvulo y la del espermatozoo– es el asiento de cuanto hay de grande, de cuanto hay de hermoso, y también de cuanto hay de malo en la personalidad humana. En esa célula, durante algún tiempo se encuentra actuando la personalidad con todos sus atributos, y por cierto que el sentido de dirección y el sobresaliente espíritu constructivo de que da muestras en esa etapa sorprenden por su experiencia y sagacidad.

    Réstanos llegar ahora al punto culminante de la cuestión. ¿Es la actividad voluntaria de la célula un producto de su constitución fisicoquímica o es ésta una resultante de su actividad voluntaria? O, particularizando el problema y dándole un giro más apasionante: ¿Es la personalidad humana el producto de la actividad de las glándulas endocrinas, o, al revés, la actividad de las glándulas endocrinas es efecto de nuestra personalidad, de nuestro espíritu? Este fascinante problema, sin una experiencia directa del fenómeno, sin los suficientes datos de observación y experimentación, está fuera del campo de la Ciencia. Corresponde a la Filosofía resolverlo con el acopio de nuevos elementos en uno u otro sentido. Pero todo indica que en ello hay algo que actúa, que no es materia ni energía, y que bien podría llamarse espíritu.

Escrito por Francisco Aniceto Lugo y publicado por la revista española Mundo Desconocido (número 19), en Enero de 1.978, en las páginas 25 a 32 de la Sección Máquina Humana.

 

NOTA 1: Nuestra Libertad es una ilusión.

NOTA 2: La voluntad puede ser un elemento de organización biológica, esto es, podemos controlar ciertas funciones del cuerpo o nuestros propios órganos.        

NOTA 3: Cada célula es un verdadero organismo.

NOTA 4: Se han hallado “huellas” de sensibilidad, memoria y conciencia en minerales.

NOTA 5: Cada célula es todo un mundo psíquico, esto es, podemos atribuirle conciencia y voluntad propios, además de memoria y de sensibilidad, entre otras cualidades.